Pérez,
Julián. Criba (2014) Lima, Petróleos
del Perú. 370 pp.
Santiago
López Maguiña
(UNMSM)
Criba,
ganadora del Premio Copé 2013 de novela, conjuga tres narraciones enlazadas
entre sí y que se presentan de manera intercalada. En la primera cinco amigos
se encuentran en una cantina de Ayacucho después de muchos años. Algunos han
regresado a la ciudad que habían dejado a causa del conflicto armado iniciado
por Sendero Luminoso. Es época de carnavales, el ambiente es festivo en las
calles y los amigos festejan de sol a sol. Centro de sus conversaciones, después
de los efusivos saludos y después de haber superado una situación de
desconfianza suscitada por uno de ellos, es la Musa, una bella mujer,
Evangelina Delgadillo Melgar, de la que todos han estado prendados y a la que
ninguno ha logrado enamorar, excepto Hermenegildo Julca, el amigo que engendra
suspicacia porque siéndoles familiar a los otros amigos, no es identificado con
exactitud, quien se jacta en su lenguaje soez y procaz de habérsela tirado.
Evangelina había sido enamorada de Manuel Bajalqui Curitumay, al que llaman el
pampino para marcar su condición foránea y su origen provinciano y campesino, y
es uno de los muchos desaparecidos durante la guerra de los años ochenta.
Bajalqui, sin embargo, es una presencia cercana y estimada, en tanto que las circunstancias de su
desaparición, como de su posible intervención en las acciones de la sublevación,
tienen una tónica legendaria y están cubiertas de misterio. Las aseveraciones
de Hermenegildo son tomadas por eso como puras vanidades de charlatán. Pero a
medida que avanza la noche y el licor hace sus efectos este personaje va
cobrando un protagonismo decisivo. Muy pronto llega el momento en que se
convierte en el líder del grupo. Toma la iniciativa de los desplazamientos que
realiza, sugiere y propone los temas de conversación, y como si fuera un brujo
conduce a los amigos en un recorrido evocativo de la historia reciente de
Huamanga, los lleva de una manera entre onírica, fantástica y mágica por las
celdas y salas del cuartel Los Cabitos, donde eran encerrados los presos
acusados de subversión y terrorismo para ser interrogados, torturados o
simplemente eliminados durante los años de la guerra. Los amigos viven la
experiencia de terror y de angustia infinita ante el dolor y la muerte
inminente padecida por los detenidos. El lector espera que el recorrido se
limite a mostrar la brutalidad desatada por las Fuerzas Armadas y Policiales,
pero sorprende que también Hermenegildo
conduzca a sus amigos al botadero de Puracuti donde son arrojados
cuerpos cuya muerte ha sido perpetrada por los dos bandos. De esa manera el
encuentro de los amigos aparece como un momento de rememoración de un pasado
grato, antes de la guerra, y de un enfrentamiento con el trauma del conflicto
que no puede ser verbalizado, pero que puede en cambio ser visualizado; las voces desgarradoras y los gritos
escuchados, el miedo y la desesperación vividos. Es una experiencia que toca
las fibras más sensibles de la dimensión sensorio motora del cuerpo, que suelta
sin control sus deyecciones. Todas esas escenas, sin embargo, no tienen una
carga discursiva trágica o dramática, por el contrario son desarrolladas bajo
la mirada y los comentarios sarcásticos y burlescos de Hermenegildo, que en su
lenguaje coprolálico saca en cara a sus amigos su poco valor, su poca hombría,
su falta de resistencia ante el dolor y la muerte, que es también una manera evitar
la verdad de lo ocurrido. Son escenas que en el plano de la enunciación
discursiva, a pesar de remitir a sucesos muy funestos, poseen un humor que hace
recordar enredos quijotescos.
Hermenegildo aparece en la reunión de los cuatro amigos que
se conocen muy bien como un quinto que no se acomoda en el grupo, un quinto de
más, que hace diferencia, una presencia incómoda, extraña, traviesa y
perturbadora, cualidades que no va a perder durante el tiempo que permanece con
ellos, y en cambio va ir haciéndose una presencia familiar, seria, sensata.
Sabe tanto o más que los otros, tiene competencias inexplicables, parece un
mago o un chamán, es amigo de todo el mundo, hasta de los policías, de quienes
los amigos recelan. Estos, no está demás decirlo, han quedado con el miedo
prendido en sus cuerpos, desde la época en la que en Ayacucho cualquiera podía
ser hecho preso, por la más leve sospecha, y llevado al cuartel donde podían
desaparecer. Todo ello hace de Hermenegildo un personaje excepcional en todos
los sentidos y, por eso, misterioso. Nunca se sabe quién es, aunque a la vez se
adivina. Se sitúa y es situado en los bordes de lo no conocido y de lo
conocido, y bajo esa apariencia sale de escena, dejando a los amigos en la
incertidumbre acerca de su efectiva identidad. En el plano del discurso, sin
embargo, el texto sugiere quién podría ser. De todos modos, la duda no se disipa.
¿Hermenegildo es Manuel Bajalqui, que no se sabe si ha muerto o sobrevivido a
la guerra?
La segunda narración es el relato en primera persona de
Evangelina Delgadillo, la Musa de los amigos de la primera narración, que
regresa a Huamanga cada tanto tiempo y que ha sido la amada de Manuel Bajalqui,
desde antes del conflicto armado. Este es un punto que Evangelina subraya en su
discurso. Manuel fue su único amor, aunque ha tenido otros, pero de poca
significación. Con respecto a las referencias que hace Hermenegildo, éste es
presentado al lector como un personaje propenso a la alharaca, aunque deja
abierta la posibilidad de que a lo mejor hubiera sido uno de sus amantes. El
relato informa sobre la vida familiar y personal de Evangelina. Es una mujer
madura, que permanece soltera pasados los cincuenta años, y es antropóloga de
profesión. Sobrevive a su hermano Satuco, muerto en acciones de guerra, tras haber
sido liberado de la cárcel de Ayacucho, en un audaz asalto de los sublevados,
en 1982, como también lo fue Manuel Bajalqui, pero este tras ser auxiliado por
ella, desaparece con la protección de su abuelo y después nada cierto se sabe
de él, excepto informes que dan cuenta de su participación en hechos de arma
muy cruentos, entre ellos la masacre de campesinos en Lucanamarca, que habría
comandado. Evangelina sobrevive también a su madre, personaje con quien la une
una relación filial tierna e intensa. Ella le ha permitido fijar y fortalecer
con sus enseñanzas los sentimientos de pertenencia que la ligan al terruño. Ha
sido la fuente que le ha transmitido los valores y las formas de la cultura de
Huamanga. Por eso mientras permanece en vida mantiene con ella una relación de
afectividad y de complicidad muy vivos. Es su compañera inseparable con quien
huye a Lima, cuando Huamanga se convierte en un cruento escenario de guerra.
El relato de
Evangelina es una rememoración de su pasado, de los momentos felices de su
adolescencia y de su juventud, de los inicios de su vida amorosa, de los
amoríos con Manuel, a quien conoció a través de su hermano. En su discurso da
cuenta al mismo tiempo de los propósitos reivindicativos que la animan respecto
a la figura de su amado y de la de su hermano, distorsionadas y falseadas por
los discursos de la policía, de la prensa, de las ONG, de los científicos
sociales y, sobre todo, por el informe final de la Comisión de la verdad, que
la narradora llama la Comisión de la verdad verdadera, para subrayar irónicamente
con el adjetivo la falsedad de sus enunciados. Hacia el final de la narración
se menciona indirectamente que se trata de un texto escrito y que su autora lo
ha redactado antes de inmolarse con el fin de permitir con ello el conocimiento
de la verdad, de hacer posible que se conozca de que sus dos deudos no habían
sido personajes malvados, crueles y monstruosos. Por el contrario, a lo largo
de lo que cuenta ambos aparecen como jóvenes normales y estudiantes
aprovechados, formados familiarmente para el ejercicio de lo justo, formación
que hace de ellos actores provistos de una disposición para asimilar y para
afiliarse a las propuestas teóricas de cambio y de revolución que en los años
setenta se difundían en la Universidad de Huamanga y a partir de las cuales se
va a gestar la sublevación armada de los años ochenta. Son personajes en los
que prende fácilmente la ilusión de que la revolución está próxima, a la vuelta
de la esquina, y que se lanzan con entusiasmo a la lucha por la captura del
poder. Esos jóvenes no estuvieron en consecuencia movidos por intenciones
destructivas y asesinas, sino por ideales de solidaridad y de justicia, que
forman parte de su vida en razón de la educación recibida, de la cultura
transmitida por sus antepasados, como se lee en el manuscrito dejado por Manuel
Bajalqui y que Evangelina conserva. Es un manuscrito que suele leer de tanto en
tanto y que le sirve de consuelo a los sufrimientos que experimenta, la
transformación de su ciudad, la lenta desaparición por efectos de la
modernización del paisaje y del territorio amado, el paso irrevocable del
tiempo, la desazón y la ira por el juicio y la valoración recibidas por la
actuación de su hermano y de su amado Manuel durante el conflicto armado. Establecer
la verdad contra esa acusación es el deseo que principalmente la mueve a
regresar a Huamanga. Es un deseo, que ella misma se encarga de asemejar al de
Antígona, heroína de la célebre tragedia de Sófocles, actualizada por las
lecturas de Hegel, Steiner y, sobre todo, Lacan, que termina en inmolación para
reivindicar a su hermano y a su amado, a fin de restituirles la gloria que se
les ha quitado. De esa manera la tragedia griega se introduce en la novela y
opera una distorsión que subraya la pasión reivindicativa, antes que vengadora.
Evangelina, en efecto, en su lucha por reestablecer la honra de sus deudos no
es impulsada por la ira y el resentimiento, sino por un sentimiento de
reparación ante una situación indigna. Será indispensable hacer en un trabajo
especial la distinción entre dignidad y honra, siguiendo las meditaciones de
Agamben acerca del hommo saccer y el
campo de concentración para profundizar en la postura ideológica que se plantea
en Criba, a partir del discurso de
Evangelina.
La tercera narración es la que figura en los manuscritos de
Manuel Bajalqui. Es un texto autobiográfico, desarrollado como una novela de
aprendizaje en la que destaca la relación que mantiene con su abuelo. Desde su
temprana infancia este se hace cargo de su cuidado y de su educación, y aparece
ante él como un personaje mágico y excepcional. Es capaz de proezas
extraordinarias como curandero, adivino, árbitro de conflictos. Es un personaje
poderoso, fuerte, que no se arredra ante ninguna amenaza o peligro, que
transmite seguridad, certidumbre, que muestra una sabiduría ancestral y propia,
muy singular. Nadie es como el antecesor a la hora de enfrentar las situaciones
más difíciles, de interpretar con acierto los enigmas más intrincados, de
descifrar el peculiar lenguaje de los animales salvajes y los signos en
apariencia inescrutables de la naturaleza. El abuelo se presenta en la
narración como un héroe de cuento popular, que en ocasiones recuerda a Rosendo
Maqui, el alcalde de Rumi de El mundo es
ancho y ajeno. Pero el abuelo Gerardo no es un personaje siempre acertado e
invulnerable. Es un personaje que también muestra debilidades, que se deja
seducir y enamorar por una mujer que lo engaña, que puede equivocarse, que
también fracasa. Este es un lado de su historia que no se descubre, sin
embargo, desde un primer momento. Es una dimensión de su existencia que va
apareciendo a media que Manuel crece y que el abuelo envejece. La mayor edad
del primero le permite observar semblantes desapercibidos y el segundo a la
medida que suma años de vida muestra falencias antes inadvertidas. Tanto en una
como en otra faceta Gerardo, tal el nombre del abuelo, cumple un rol formativo
incomparable. Educa a su nieto en una forma de vida fundada en valores de
justeza, de verdad y de amor. Gerardo rige su existencia por principios de
interrelación basados en intercambios proporcionales en todo orden de cosas. En
lo económico, en lo político, en lo socio simbólico. Aquello que se da debe ser
correspondido con un bien, un servicio, un afecto de idéntico o de similar
valor. El abuelo enseña al nieto que la vida ideal, la vida feliz, es la que
integra a los hombres en un mundo de correspondencias proporcionales, pero el
que, sin embargo, es un mundo lejos de realizarse en lo efectivo.
El escenario donde tiene lugar el aprendizaje de Manuel es
un pueblo rural, enclavado en la sierra de Ayacucho. Se trata de una localidad
campesina en la que el régimen de hacienda es inexistente o del que no se hace
mención. En otras novelas sobre el mundo rural andino los dueños haciendas,
verdaderos gamonales, son presencias ingratas y odiosas, injustas y violentas,
son presencias que traumatizan, que engendran contradicciones no enunciables, que
producen huecos ininteligibles. Son personajes hiperbólicos, absurdos y
paradójicos que implantan el desconcierto y el miedo entre quienes se hallan
bajo su dominio y su tutela. Pero sobre todo su presencia hace posible un
régimen de desproporciones y asimetrías, que se sustenta en la fuerza y en
creencias acerca de que la subordinación al más poderoso es una fatalidad
insuperable o de origen divino. Ausentes tales personajes en el mundo rural que
se configura en Criba las relaciones
que se establecen entre los pobladores, determinada por intercambios recíprocos
y equitativos, es más o menos armónica y pacífica, lo que no significa que de
cuando en cuando se produzcan desacuerdos, contradicciones, conflictos. Se
trata, sin embargo, de confrontaciones que no llegan a enfrentamientos
violentos y cruentos. Las amenazas llegan del exterior, de otra parte, cuando
aparecen ladrones en los pequeños poblados, o cuando felinos hambrientos
acechan cerca de los establos.
Pero hay una situación conflictiva que desestabiliza el
orden familiar y que tiene efectos subjetivos traumáticos. Las familias parecen
estar afectadas por la desconfianza filial, por la ascendencia dudosa. Así
Manuel sufre en un determinado momento por la incertidumbre respecto a quién es
su verdadero padre. Es un lapso de tiempo que lo aturde y lo altera, que
quiebra su estabilidad simbólica. Esta situación de inseguridad filial no se
prolonga demasiado para tranquilidad de Manuel, pues su abuelo le revela la
verdad: todo había sido fruto de un malentendido. No obstante la perturbación
sufrida revela un estado que puede afectar a cualquier persona en el universo
rural donde se desarrolla la novela: revela una inestabilidad familiar, una
inconsistencia resultante de la infidelidad. Tal inconsistencia parece ser la
razón por la cual Manuel es entregado a su abuelo, para que este se haga cargo
de su mantenimiento y de su educación, aunque también se asegure en el relato autobiográfico
que fue puesto a su cuidado por razones económicas, porque los padres con
muchos hijos carecían de recursos para criar a todos. Igualmente se afirma que
la decisión de dar al abuelo la custodia del nieto se hace para proporcionarle
una compañía, ya que vive solo desde que ha enviudado. Cualquiera que hayan sido los motivos esa
circunstancia, de hacer del abuelo tutor de su nieto, es significativa.
Convierte al padre de su padre en el agente de su formación, de la integración
en la cultura a la cual pertenece. Los padres de esa manera ceden la
responsabilidad de la educación del hijo a un miembro de la familia de una
generación anterior. Eso tiene distintos efectos, pero en especial se aproxima
dos generaciones que no tienen una inmediata vinculación y que en la novela es
una circunstancia bien importante. Manuel no recibe las enseñanzas culturales
básicas de sus antecesores familiares más cercanos, que viven la experiencia
histórica de modernización, sino las enseñanzas de un antecesor menos cercano,
que participa de un orden informativo y axiológico aun pre moderno. Este es un
orden que para el enunciador autobiográfico tiene valores superiores: la
honestidad, la solidaridad, el desprendimiento generoso, la austeridad, etc.,
respecto de aquellos que entraña la modernidad, que trae consigo el cinismo, el
egoísmo, el individualismo, el interés personal, etc. La vida tradicional
comporta o conlleva sentimientos de seguridad y de equilibrio, que se pierden
con la vida moderna, que además de incertidumbre y caos, añade la experiencia
de la desigualdad, que explican la rápida inclinación y afiliación de Manuel
por las ideas revolucionarias y de sublevación que lo animan cuando entra a la
universidad.
Criba
es una novela atravesada por un discurso político que busca reparar los daños
simbólicos perpetrados por quienes han informado y hecho historia sobre los
sucesos referidos al conflicto armado de los años ochenta y que tuvo como
epicentro la ciudad de Ayacucho. La novela ofrece una confrontación ideológica
entre dos visiones respecto a la participación de quienes se sublevaron e
iniciaron la lucha armada. El punto de vista oficial, que ve a los alzados (se
usa los términos de la novela, en la que no se habla de terroristas, ni de
subversivos) como individuos movidos por afanes destructivos y por una
presunción de omnipotencia capaz de decidir el destino de los demás seres
humanos, de la humanidad en general. Los que se levantaron en armas, para esa
orientación, se asumían con la competencia para acabar con la vida de quienes
consideraban enemigos del pueblo o colaboradores de aquellos, o traidores, o
infractores a las leyes que imponían en las zonas liberadas. Y se los percibe y
presenta como actores iracundos, vengativos, crueles y despiadados, cegados por
una desproporcionada pasión destructiva. El otro punto de vista es el de
aquellos que buscan reivindicar el buen nombre de sus deudos, su fama de
personas de espíritu revolucionario. No todos los alzados en armas tuvieron una
actuación autoritaria cruel y despiadada con el contrario. Hubo quienes
tuvieron una práctica de guerra animada por principios de dignidad y justicia,
una práctica que no se halla representada en los discursos oficiales, incluido
el de la Comisión de la verdad. En estos discursos más bien la verdad se
relativiza, se distorsiona, se falsea.
Hay
que leer y escuchar la novela de Julián Pérez, que alcanza dimensiones
significativas que sobrepasan los límites de la versión ficcional sobre los
cruentos sucesos del conflicto armado de los años ochenta y noventa.
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