miércoles, 27 de agosto de 2014

Memoria, verdad y funerales en una novela sobre el conflicto armado de los años 80: Criba de Julián Pérez.

Pérez, Julián. Criba (2014) Lima, Petróleos del Perú. 370 pp.
Santiago López Maguiña
(UNMSM)

Criba, ganadora del Premio Copé 2013 de novela, conjuga tres narraciones enlazadas entre sí y que se presentan de manera intercalada. En la primera cinco amigos se encuentran en una cantina de Ayacucho después de muchos años. Algunos han regresado a la ciudad que habían dejado a causa del conflicto armado iniciado por Sendero Luminoso. Es época de carnavales, el ambiente es festivo en las calles y los amigos festejan de sol a sol. Centro de sus conversaciones, después de los efusivos saludos y después de haber superado una situación de desconfianza suscitada por uno de ellos, es la Musa, una bella mujer, Evangelina Delgadillo Melgar, de la que todos han estado prendados y a la que ninguno ha logrado enamorar, excepto Hermenegildo Julca, el amigo que engendra suspicacia porque siéndoles familiar a los otros amigos, no es identificado con exactitud, quien se jacta en su lenguaje soez y procaz de habérsela tirado. Evangelina había sido enamorada de Manuel Bajalqui Curitumay, al que llaman el pampino para marcar su condición foránea y su origen provinciano y campesino, y es uno de los muchos desaparecidos durante la guerra de los años ochenta. Bajalqui, sin embargo, es una presencia cercana y estimada,  en tanto que las circunstancias de su desaparición, como de su posible intervención en las acciones de la sublevación, tienen una tónica legendaria y están cubiertas de misterio. Las aseveraciones de Hermenegildo son tomadas por eso como puras vanidades de charlatán. Pero a medida que avanza la noche y el licor hace sus efectos este personaje va cobrando un protagonismo decisivo. Muy pronto llega el momento en que se convierte en el líder del grupo. Toma la iniciativa de los desplazamientos que realiza, sugiere y propone los temas de conversación, y como si fuera un brujo conduce a los amigos en un recorrido evocativo de la historia reciente de Huamanga, los lleva de una manera entre onírica, fantástica y mágica por las celdas y salas del cuartel Los Cabitos, donde eran encerrados los presos acusados de subversión y terrorismo para ser interrogados, torturados o simplemente eliminados durante los años de la guerra. Los amigos viven la experiencia de terror y de angustia infinita ante el dolor y la muerte inminente padecida por los detenidos. El lector espera que el recorrido se limite a mostrar la brutalidad desatada por las Fuerzas Armadas y Policiales, pero sorprende que también Hermenegildo  conduzca a sus amigos al botadero de Puracuti donde son arrojados cuerpos cuya muerte ha sido perpetrada por los dos bandos. De esa manera el encuentro de los amigos aparece como un momento de rememoración de un pasado grato, antes de la guerra, y de un enfrentamiento con el trauma del conflicto que no puede ser verbalizado, pero que puede en cambio ser visualizado;  las voces desgarradoras y los gritos escuchados, el miedo y la desesperación vividos. Es una experiencia que toca las fibras más sensibles de la dimensión sensorio motora del cuerpo, que suelta sin control sus deyecciones. Todas esas escenas, sin embargo, no tienen una carga discursiva trágica o dramática, por el contrario son desarrolladas bajo la mirada y los comentarios sarcásticos y burlescos de Hermenegildo, que en su lenguaje coprolálico saca en cara a sus amigos su poco valor, su poca hombría, su falta de resistencia ante el dolor y la muerte, que es también una manera evitar la verdad de lo ocurrido. Son escenas que en el plano de la enunciación discursiva, a pesar de remitir a sucesos muy funestos, poseen un humor que hace recordar enredos quijotescos.
Hermenegildo aparece en la reunión de los cuatro amigos que se conocen muy bien como un quinto que no se acomoda en el grupo, un quinto de más, que hace diferencia, una presencia incómoda, extraña, traviesa y perturbadora, cualidades que no va a perder durante el tiempo que permanece con ellos, y en cambio va ir haciéndose una presencia familiar, seria, sensata. Sabe tanto o más que los otros, tiene competencias inexplicables, parece un mago o un chamán, es amigo de todo el mundo, hasta de los policías, de quienes los amigos recelan. Estos, no está demás decirlo, han quedado con el miedo prendido en sus cuerpos, desde la época en la que en Ayacucho cualquiera podía ser hecho preso, por la más leve sospecha, y llevado al cuartel donde podían desaparecer. Todo ello hace de Hermenegildo un personaje excepcional en todos los sentidos y, por eso, misterioso. Nunca se sabe quién es, aunque a la vez se adivina. Se sitúa y es situado en los bordes de lo no conocido y de lo conocido, y bajo esa apariencia sale de escena, dejando a los amigos en la incertidumbre acerca de su efectiva identidad. En el plano del discurso, sin embargo, el texto sugiere quién podría ser. De todos modos, la duda no se disipa. ¿Hermenegildo es Manuel Bajalqui, que no se sabe si ha muerto o sobrevivido a la guerra?
La segunda narración es el relato en primera persona de Evangelina Delgadillo, la Musa de los amigos de la primera narración, que regresa a Huamanga cada tanto tiempo y que ha sido la amada de Manuel Bajalqui, desde antes del conflicto armado. Este es un punto que Evangelina subraya en su discurso. Manuel fue su único amor, aunque ha tenido otros, pero de poca significación. Con respecto a las referencias que hace Hermenegildo, éste es presentado al lector como un personaje propenso a la alharaca, aunque deja abierta la posibilidad de que a lo mejor hubiera sido uno de sus amantes. El relato informa sobre la vida familiar y personal de Evangelina. Es una mujer madura, que permanece soltera pasados los cincuenta años, y es antropóloga de profesión. Sobrevive a su hermano Satuco, muerto en acciones de guerra, tras haber sido liberado de la cárcel de Ayacucho, en un audaz asalto de los sublevados, en 1982, como también lo fue Manuel Bajalqui, pero este tras ser auxiliado por ella, desaparece con la protección de su abuelo y después nada cierto se sabe de él, excepto informes que dan cuenta de su participación en hechos de arma muy cruentos, entre ellos la masacre de campesinos en Lucanamarca, que habría comandado. Evangelina sobrevive también a su madre, personaje con quien la une una relación filial tierna e intensa. Ella le ha permitido fijar y fortalecer con sus enseñanzas los sentimientos de pertenencia que la ligan al terruño. Ha sido la fuente que le ha transmitido los valores y las formas de la cultura de Huamanga. Por eso mientras permanece en vida mantiene con ella una relación de afectividad y de complicidad muy vivos. Es su compañera inseparable con quien huye a Lima, cuando Huamanga se convierte en un cruento escenario de guerra.
 El relato de Evangelina es una rememoración de su pasado, de los momentos felices de su adolescencia y de su juventud, de los inicios de su vida amorosa, de los amoríos con Manuel, a quien conoció a través de su hermano. En su discurso da cuenta al mismo tiempo de los propósitos reivindicativos que la animan respecto a la figura de su amado y de la de su hermano, distorsionadas y falseadas por los discursos de la policía, de la prensa, de las ONG, de los científicos sociales y, sobre todo, por el informe final de la Comisión de la verdad, que la narradora llama la Comisión de la verdad verdadera, para subrayar irónicamente con el adjetivo la falsedad de sus enunciados. Hacia el final de la narración se menciona indirectamente que se trata de un texto escrito y que su autora lo ha redactado antes de inmolarse con el fin de permitir con ello el conocimiento de la verdad, de hacer posible que se conozca de que sus dos deudos no habían sido personajes malvados, crueles y monstruosos. Por el contrario, a lo largo de lo que cuenta ambos aparecen como jóvenes normales y estudiantes aprovechados, formados familiarmente para el ejercicio de lo justo, formación que hace de ellos actores provistos de una disposición para asimilar y para afiliarse a las propuestas teóricas de cambio y de revolución que en los años setenta se difundían en la Universidad de Huamanga y a partir de las cuales se va a gestar la sublevación armada de los años ochenta. Son personajes en los que prende fácilmente la ilusión de que la revolución está próxima, a la vuelta de la esquina, y que se lanzan con entusiasmo a la lucha por la captura del poder. Esos jóvenes no estuvieron en consecuencia movidos por intenciones destructivas y asesinas, sino por ideales de solidaridad y de justicia, que forman parte de su vida en razón de la educación recibida, de la cultura transmitida por sus antepasados, como se lee en el manuscrito dejado por Manuel Bajalqui y que Evangelina conserva. Es un manuscrito que suele leer de tanto en tanto y que le sirve de consuelo a los sufrimientos que experimenta, la transformación de su ciudad, la lenta desaparición por efectos de la modernización del paisaje y del territorio amado, el paso irrevocable del tiempo, la desazón y la ira por el juicio y la valoración recibidas por la actuación de su hermano y de su amado Manuel durante el conflicto armado. Establecer la verdad contra esa acusación es el deseo que principalmente la mueve a regresar a Huamanga. Es un deseo, que ella misma se encarga de asemejar al de Antígona, heroína de la célebre tragedia de Sófocles, actualizada por las lecturas de Hegel, Steiner y, sobre todo, Lacan, que termina en inmolación para reivindicar a su hermano y a su amado, a fin de restituirles la gloria que se les ha quitado. De esa manera la tragedia griega se introduce en la novela y opera una distorsión que subraya la pasión reivindicativa, antes que vengadora. Evangelina, en efecto, en su lucha por reestablecer la honra de sus deudos no es impulsada por la ira y el resentimiento, sino por un sentimiento de reparación ante una situación indigna. Será indispensable hacer en un trabajo especial la distinción entre dignidad y honra, siguiendo las meditaciones de Agamben acerca del hommo saccer y el campo de concentración para profundizar en la postura ideológica que se plantea en Criba, a partir del discurso de Evangelina.     
La tercera narración es la que figura en los manuscritos de Manuel Bajalqui. Es un texto autobiográfico, desarrollado como una novela de aprendizaje en la que destaca la relación que mantiene con su abuelo. Desde su temprana infancia este se hace cargo de su cuidado y de su educación, y aparece ante él como un personaje mágico y excepcional. Es capaz de proezas extraordinarias como curandero, adivino, árbitro de conflictos. Es un personaje poderoso, fuerte, que no se arredra ante ninguna amenaza o peligro, que transmite seguridad, certidumbre, que muestra una sabiduría ancestral y propia, muy singular. Nadie es como el antecesor a la hora de enfrentar las situaciones más difíciles, de interpretar con acierto los enigmas más intrincados, de descifrar el peculiar lenguaje de los animales salvajes y los signos en apariencia inescrutables de la naturaleza. El abuelo se presenta en la narración como un héroe de cuento popular, que en ocasiones recuerda a Rosendo Maqui, el alcalde de Rumi de El mundo es ancho y ajeno. Pero el abuelo Gerardo no es un personaje siempre acertado e invulnerable. Es un personaje que también muestra debilidades, que se deja seducir y enamorar por una mujer que lo engaña, que puede equivocarse, que también fracasa. Este es un lado de su historia que no se descubre, sin embargo, desde un primer momento. Es una dimensión de su existencia que va apareciendo a media que Manuel crece y que el abuelo envejece. La mayor edad del primero le permite observar semblantes desapercibidos y el segundo a la medida que suma años de vida muestra falencias antes inadvertidas. Tanto en una como en otra faceta Gerardo, tal el nombre del abuelo, cumple un rol formativo incomparable. Educa a su nieto en una forma de vida fundada en valores de justeza, de verdad y de amor. Gerardo rige su existencia por principios de interrelación basados en intercambios proporcionales en todo orden de cosas. En lo económico, en lo político, en lo socio simbólico. Aquello que se da debe ser correspondido con un bien, un servicio, un afecto de idéntico o de similar valor. El abuelo enseña al nieto que la vida ideal, la vida feliz, es la que integra a los hombres en un mundo de correspondencias proporcionales, pero el que, sin embargo, es un mundo lejos de realizarse en lo efectivo.
El escenario donde tiene lugar el aprendizaje de Manuel es un pueblo rural, enclavado en la sierra de Ayacucho. Se trata de una localidad campesina en la que el régimen de hacienda es inexistente o del que no se hace mención. En otras novelas sobre el mundo rural andino los dueños haciendas, verdaderos gamonales, son presencias ingratas y odiosas, injustas y violentas, son presencias que traumatizan, que engendran contradicciones no enunciables, que producen huecos ininteligibles. Son personajes hiperbólicos, absurdos y paradójicos que implantan el desconcierto y el miedo entre quienes se hallan bajo su dominio y su tutela. Pero sobre todo su presencia hace posible un régimen de desproporciones y asimetrías, que se sustenta en la fuerza y en creencias acerca de que la subordinación al más poderoso es una fatalidad insuperable o de origen divino. Ausentes tales personajes en el mundo rural que se configura en Criba las relaciones que se establecen entre los pobladores, determinada por intercambios recíprocos y equitativos, es más o menos armónica y pacífica, lo que no significa que de cuando en cuando se produzcan desacuerdos, contradicciones, conflictos. Se trata, sin embargo, de confrontaciones que no llegan a enfrentamientos violentos y cruentos. Las amenazas llegan del exterior, de otra parte, cuando aparecen ladrones en los pequeños poblados, o cuando felinos hambrientos acechan cerca de los establos.
Pero hay una situación conflictiva que desestabiliza el orden familiar y que tiene efectos subjetivos traumáticos. Las familias parecen estar afectadas por la desconfianza filial, por la ascendencia dudosa. Así Manuel sufre en un determinado momento por la incertidumbre respecto a quién es su verdadero padre. Es un lapso de tiempo que lo aturde y lo altera, que quiebra su estabilidad simbólica. Esta situación de inseguridad filial no se prolonga demasiado para tranquilidad de Manuel, pues su abuelo le revela la verdad: todo había sido fruto de un malentendido. No obstante la perturbación sufrida revela un estado que puede afectar a cualquier persona en el universo rural donde se desarrolla la novela: revela una inestabilidad familiar, una inconsistencia resultante de la infidelidad. Tal inconsistencia parece ser la razón por la cual Manuel es entregado a su abuelo, para que este se haga cargo de su mantenimiento y de su educación, aunque también se asegure en el relato autobiográfico que fue puesto a su cuidado por razones económicas, porque los padres con muchos hijos carecían de recursos para criar a todos. Igualmente se afirma que la decisión de dar al abuelo la custodia del nieto se hace para proporcionarle una compañía, ya que vive solo desde que ha enviudado.  Cualquiera que hayan sido los motivos esa circunstancia, de hacer del abuelo tutor de su nieto, es significativa. Convierte al padre de su padre en el agente de su formación, de la integración en la cultura a la cual pertenece. Los padres de esa manera ceden la responsabilidad de la educación del hijo a un miembro de la familia de una generación anterior. Eso tiene distintos efectos, pero en especial se aproxima dos generaciones que no tienen una inmediata vinculación y que en la novela es una circunstancia bien importante. Manuel no recibe las enseñanzas culturales básicas de sus antecesores familiares más cercanos, que viven la experiencia histórica de modernización, sino las enseñanzas de un antecesor menos cercano, que participa de un orden informativo y axiológico aun pre moderno. Este es un orden que para el enunciador autobiográfico tiene valores superiores: la honestidad, la solidaridad, el desprendimiento generoso, la austeridad, etc., respecto de aquellos que entraña la modernidad, que trae consigo el cinismo, el egoísmo, el individualismo, el interés personal, etc. La vida tradicional comporta o conlleva sentimientos de seguridad y de equilibrio, que se pierden con la vida moderna, que además de incertidumbre y caos, añade la experiencia de la desigualdad, que explican la rápida inclinación y afiliación de Manuel por las ideas revolucionarias y de sublevación que lo animan cuando entra a la universidad.
Criba es una novela atravesada por un discurso político que busca reparar los daños simbólicos perpetrados por quienes han informado y hecho historia sobre los sucesos referidos al conflicto armado de los años ochenta y que tuvo como epicentro la ciudad de Ayacucho. La novela ofrece una confrontación ideológica entre dos visiones respecto a la participación de quienes se sublevaron e iniciaron la lucha armada. El punto de vista oficial, que ve a los alzados (se usa los términos de la novela, en la que no se habla de terroristas, ni de subversivos) como individuos movidos por afanes destructivos y por una presunción de omnipotencia capaz de decidir el destino de los demás seres humanos, de la humanidad en general. Los que se levantaron en armas, para esa orientación, se asumían con la competencia para acabar con la vida de quienes consideraban enemigos del pueblo o colaboradores de aquellos, o traidores, o infractores a las leyes que imponían en las zonas liberadas. Y se los percibe y presenta como actores iracundos, vengativos, crueles y despiadados, cegados por una desproporcionada pasión destructiva. El otro punto de vista es el de aquellos que buscan reivindicar el buen nombre de sus deudos, su fama de personas de espíritu revolucionario. No todos los alzados en armas tuvieron una actuación autoritaria cruel y despiadada con el contrario. Hubo quienes tuvieron una práctica de guerra animada por principios de dignidad y justicia, una práctica que no se halla representada en los discursos oficiales, incluido el de la Comisión de la verdad. En estos discursos más bien la verdad se relativiza, se distorsiona, se falsea.
Hay que leer y escuchar la novela de Julián Pérez, que alcanza dimensiones significativas que sobrepasan los límites de la versión ficcional sobre los cruentos sucesos del conflicto armado de los años ochenta y noventa. 

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