1. El
lector puede tener la impresión inicial que Gritos
en silencio (Lima: Editorial San Marcos, 2011) es una novela inverosímil
sobre el conflicto armado ocurrido en el Perú durante los años ochenta y los
noventa principalmente. Una lectura distinta asume en cambio que es verosímil
si sitúa la narración dentro del género de los relatos de prisión, de
exterminio y de huida, que traen siempre una carga a la vez épica y cómica. Y
de hecho también es verosímil si se la ubica en el género de las novelas de
aventuras. Los personajes principales, detenidos por el ejército acusados de
terroristas, aunque solo uno lo fuera efectivamente, son transportados en un
camión de la muerte de Lima a Ayacucho. El trayecto es el oficialmente
establecido por los altos mandos, pero la orden escondida es que los
prisioneros deban ejecutados en cualquier lugar apropiado para que la ejecución
no sea advertida ni descubierta. Los presos son llevados al cuartel Los
Cabitos, célebre por ser lugar donde las
Fuerzas Armadas guardaban a los acusados y sospechosos de terrorismo en la
región Ayacucho, pero sobre todo porque allí se torturaba y eliminaba de manera
extrajudicial. El destino que les espera, como bien lo saben, es su muerte
segura, cosa que como les ha informado uno de los detenidos, el que se muestra
más sereno y experimentado, puede ocurrir más bien en cualquier sitio del
camino. La vida de cada uno, por tanto, ha sido decidida: van a ser asesinados.
Su existencia en tal medida ha perdido todo valor. Y ello se marca mediante el
trato humillante y perverso que reciben de parte de sus verdugos. Aparecen
entonces como personajes que pueden optar por la resignación o por el riesgo,
alternativa esta última que permite dar a las acciones que se desarrollan el
sentido de un relato de aventuras. Los personajes arriesgan sus vidas porque
ellas han perdido estima y solo al exponerse a la muerte intentan recuperar el
valor que habían tenido. [Novela de
aventuras]
2. Condenados
a una muerte segura los prisioneros saben a la vez que al menor intento de
huida serán acribillados en el acto, sin ningún remordimiento. La posición que
presentan frente a sus verdugos es de total desamparo y hasta de invalidez.
Están a completa merced de sus captores. Los prisioneros si bien pueden moverse
dentro del camión, no pueden salir de él ni para orinar. Si lo hicieran, solo
por eso, serían de inmediato liquidados. Los militares verían la ocasión para
hacerlo y justificar su acción con el pretexto de que habían tratado de huir.
Por eso los prisioneros hacen sus necesidades en el mismo vehículo, se mojan la
ropa, se ensucian, se impregnan del olor nauseabundo de las excresencias. Entre
la mierda y la muerte, se opta por lo primero. Frente a esa situación el lector
puede preguntar a lo largo del relato acerca de las razones de por qué los
soldados no ejecutan a los presos dentro del camión o en el primer descampando.
En los diálogos de los detenidos se encuentra la respuesta: en el camión se
dejarían huellas del hecho que trata de ocultarse por ser secreto e ilegal, en
cualquier sitio podrían hallarse los cadáveres fácilmente y encontrarse
posibles testigos en las cercanías. Esas dificultades y otras hacen de la
ejecución una tarea llena de obstáculos, que se va haciendo difícil, mientras
que para los presos una travesía agónica, cuyo desenlace se pospone muchas
veces, hecho que los llena de incertidumbre y angustia. [Travesía agónica]
3. Los
presos no pueden enfrentarse a sus seguros verdugos y esperan, gracias al
coraje que se transmiten entre sí y a las directivas del terrorista camuflado a
mantener la calma y a esperar la mejor oportunidad. Pero a lo largo del viaje
se contraponen estados de ánimo de abatimiento con otros de esperanza. Este es
un estado que se ve acentuado sobre todo cuando una de las presas logra huir
aprovechando que el camión se ha detenido a causa de la interrupción del
tráfico en La Oroya. Una hilera de camiones hace imposible seguir el trayecto.
La evadida consigue después llegar a Lima y allí comunicarse con organizaciones
políticas y de derechos humanos, las que dan a conocer al público la
desaparición de los presos. A partir de entonces los militares y el aparato
militar aparecen como actores torpes, cuyas acciones se ven revestidas de una
fuerte comicidad. Empeñados en lograr el mejor momento y el mejor lugar para
cumplir con la misión encomendada por el alto mando, se complican y se enredan tratando
de resolver dificultades muchas veces sencillas. Los soldados se muestran como
personajes previsibles, lentos, incautos, a la vez que como malvados y
perversos, pero dotados eso sí de un saber y una técnica óptima para el trabajo
de exterminio en el que las Fuerzas Armadas están empeñadas. Por el contrario,
su ineptitud es absoluta en las labores de infiltración y de camuflaje, que
requieren de maña y picardía. [Malvados y
torpes]
4. Los
presos – el lector se entera a través de los diálogos que ellos entablan,
extensos y personales –, a pesar de las restricciones y la vigilancia, las cuales
sin embargo se van debilitando a medida que el camión avanza, son personajes
que han sido apresados por haber participado en algún acto político: protesta
reivindicativa, mitin estudiantil, alguna demanda de justicia. Todos ellos
eventos característicos de una coyuntura de crisis económica y social. Los
actores, excepto el senderista debidamente camuflado y de conducta discreta, a
la vez que firme y segura, carecen de experiencia en la militancia política. Su
actuación, por eso, es tímida y desorientada. Cada uno, por otro lado, cuenta
una historia familiar de unión, de lucha diaria por la sobrevivencia, de
felicidad. La prisión que sufren significa una separación dolorosa con hijos, padres,
compañeros, en algún caso la preocupación por el desamparo de los más pequeños.
La experiencia sensible que viven es por eso de desconcierto, de absurdo, de
angustia, de miseria. Aunque a pesar de todo no dejan de disfrutar momentos de
esperanza y de humor. Desde su punto de vista y el del narrador los verdugos
también son presentados como personajes sufrientes. También ellos viven
experiencias similares. También para ellos hacer lo que hacen significa
separarse de lo más quieren. Pero su actuación es mucho más miserable. Vejar y
matar a víctimas inocentes constituyen acciones degradantes, que debe implicar
sentimientos de culpa insoportables. No todos los soldados, sin embargo,
parecen tener una disposición para sufrir tales vivencias. Los oficiales y
suboficiales, sobre todo, son actores convencidos de que su actuación es
necesaria u obligatoria, parte de su competencia militar, que presupone órdenes
cuyo cumplimiento es inobjetable. La novela plantea que los soldados matan como
consecuencia de una política institucional, de una decisión estatal y de los
altos mandos de las Fuerzas Armadas. Pero también presenta un personaje, el
suboficial parte de la patrulla, que cumple las órdenes macabras con gusto. Es
un personaje que tiene un referente real, el miembro del grupo Colina apodado
“Kerosene”, descrito en el libro de Ricardo Uceda Muerte en el Pentagonito (Lima: Ed. Planeta, 2004). Era igualmente
un suboficial diestro en torturas, ejecuciones y desapariciones, que ofrece
signos de disfrutar con su oficio. Lo mismo el capitán de la patrulla de la
muerte en la novela parece remitir a los oficiales del grupo de exterminio
cuyas acciones narra Uceda. Son soldados vocacionales capaces de ejecutar las
más sucias y lúgubres misiones [Víctimas
y verdugos].
5. La
configuración de los soldados en esta novela contrasta con la que aparece en la
novela de Carlos Enrique Freyre Desde el
Valle de las Esmeraldas. 2da edición. (Lima: Estruendomudo, 2013). En ella aquellos
se enfrentan abiertamente a un enemigo avieso y cruel, que pone en riesgo el
orden de la nación, que es un orden asumido y amado por sus defensores. Los
militares actúan además seguros de que lo hacen a nombre de la justicia y
aunque luchan en territorios enmarañados, oscuros, lejanos y ajenos, lo hacen
en una atmósfera vital de luminosidad. Su lucha contra el enemigo subversivo
resulta gloriosa. Los militares de Gritos
en silencio desarrollan en cambio una actuación clandestina, escondida, en
medio de la noche, inseguros de que lo hacen a nombre de la justicia, aunque en
cumplimiento de órdenes indiscutibles. Es una misión de tintes oscuros, cuyo
resultado si bien reconocido no puede ser revestido de gloria. Es un trabajo
sucio el que se realiza. Sin embargo, son soldados convencidos de que su labor
es necesaria. Esta es una configuración que hace recordar el relato de Jorge
Luis Borges “Las tres versiones de Judas”, en una de las cuales la traición de
Judas es interpretada como una acción redentora. Es un sacrificio voluntario
gracias al cual Cristo puede morir en la cruz y convertirse en el salvador de
la humanidad. La vileza del apóstol figura como una condición necesaria para la
glorificación del hijo de Dios. Por eso aquel sería el verdadero redentor. Sin
llegar a esa complementación, las acciones de una patrulla de la muerte
aparecen como actos sombríos y despreciables que paradójicamente sostienen
posibles actos luminosos y heroicos (La
vileza y la gloria).
6. Los
personajes en la novela viven situaciones extremas. La mayoría de los presos
han sido condenados sin el debido proceso judicial por el delito terrorismo,
que no ha cometido. Han dejado familias de clases bajas y medias que sufren
duras dificultades económicas, han abandonado sin quererlo familiares que
requieren de cuidado, y del cual ellos son los principales responsables, padres
ancianos, hijos pequeños. Ninguno ha tenido antes una experiencia similar, ni
siquiera aproximada. Son en ese sentido víctimas de una política y de
estrategias despistadas de lucha antisubversiva, que no sabe distinguir ni
identificar a los verdaderos terroristas, y para las que cuentan ante todo las
cantidades, los números. Pero que también revela una práctica ante la población
que es de desconocimiento y de desprecio. Los presos para el Ejército son seres
inferiores, a quienes tratan de indios, que es el apelativo de más abyección
que en el Perú se puede dar a una persona. Por ello, sin embargo, los soldados
no tienen una condición no india. Son de la misma identidad étnica. El mote “indio”
por eso más bien tiene entonces una connotación distinta. Significa campesino,
ignorante, quechua hablante, arcaico, en oposición a citadino, ilustrado,
hispano hablante, moderno, valores que asumen para sí los militares. Estos, por
su parte, son personajes cuya principal actividad, que es reprimir, secuestrar,
torturar, ejecutar, en cumplimiento de
órdenes de los superiores, se han convertido en seres ambivalentes. De un lado
actúan de manera insensible y distanciada respecto a las lóbregas operaciones
que realizan, las cuales tratan de ser profesionales y óptimas, aunque su
efectuación acusa torpeza y deficiencia, lo que las hace cómicas, y de otro
lado tienen experiencias vitales ordinarias, similares a las de los presos en
el orden familiar y amical. También los verdugos aman y sufren por falta de
afecto. También viven momentos de desaliento y experimentan sentimientos de
absurdo y de sin sentido respecto a lo que hacen. Pero en general cumplen sus
misiones con satisfacción y gusto en los casos más estereotípicos.
Igualmente el terrorista escondido entre los presos es un
personaje de características extremas. Callado, calculador, seguro de sí,
dispuesto a morir sin ningún temor, tampoco tiene por sus compañeros
consideración alguna. Asume que la muerte de ellos es parte de los costos
inevitables de la lucha por la liberación. Por eso cuando tiene que oportunidad
de salvarse sólo se ocupa de sí mismo, por cuanto es la vida valiosa de un
militante la que se libra de la ejecución.
El
terrorista y los oficiales del Ejército en la novela ocupan posiciones
antagónicas en la lucha. Disputan por el dominio y el manejo del poder, pero a
la vez son semejantes en su desprecio por la vida del otro. También son similares
los modos de asumir los valores que cada uno esgrime. Para uno y otros son
valores supremos indiscutibles, pero el terrorista los blande de acuerdo a un
principio completamente sacrificado. Arriesga su vida para que ellos se
impongan sin esperar ningún reconocimiento personal. Toda la gloria que busca
es para el pueblo y la liberación por la que lucha. Los oficiales combaten, en
cambio, para obtener beneficios materiales. Asenso y mejoría económica. Pero
también lo hacen por vocación, por una disposición especial e incomprensible a
cumplir órdenes y por el gusto del enfrentamiento bélico. [Novela de situaciones extremas].
7. Esta
es una novela que opera con estereotipos, la mayoría de los cuales podría
decirse se hallan en el discurso de una izquierda que optó mantenerse distante
de Sendero Luminoso. ¿O se hallaba? Porque ese es un sector que está en proceso
de desaparecer. El contraste principal que en dicho discurso se presenta, no es
la lucha entre subversivos y fuerzas armadas, sino el que tiene lugar en el
enfrentamiento entre los actores políticos del pueblo y los actores que
contienden en el conflicto armado. El pueblo formado por obreros, campesinos,
estudiantes, profesores, empleados, se halla entre el fuego de los grupos
contendientes, con ninguno de los cuales se identifica, y sufre la agresión de
ambos cuando los señala como colaboradores del contrincante: Sendero como
traidores de la revolución, las Fuerzas Armadas de terroristas encubiertos. [El pueblo entre dos fuegos].
8. La
dimensión veridiccional, a propósito, es una de las más importantes en la
narrativa del conflicto armado. Las Fuerzas Armadas suelen operar mediante el
camuflaje y el disfraz, especialmente en el esta novela, mientras que Sendero
Luminoso desarrolla una actuación que busca dar una impresión de misterio, de
poder escondido, lo que se sintetiza en la expresión “mil ojos y mil oídos
vigilan”, que indica una presencia que no se siente, pero que está siempre
presente en todas partes. Y como una nota final, hay que apuntar que en Gritos en silencio también se desliza la
dimensión de las disciplinas del poder, categoría que Michel Foucault
privilegia en sus estudios del poder, que caracterizan a las Fuerzas Armadas
como a Sendero Luminoso. Las de las primeras son disciplinas bélicas y de
exterminio del enemigo, que es una naturaleza distinta, una naturaleza otra,
las del segundo son disciplinas propias de un guerra santa, una guerra de
purificación, que presupone el sacrificio suicida de los militantes. Este será
un punto sobre el que se indagará en estas notas en las próximas entregas [Veridicción y disciplinas del poder].
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