domingo, 22 de junio de 2014

Una novela sobre la lucha antisubversiva: Desde el valle de las esmeraldas novela de Carlos Enrique Freyre: una ficción militar de la guerra interna en el Perú de fines de los ochenta y comienzos de los noventa. Santiago López Maguiña

El interés de esta novela radica en que es una narración sobre sucesos de la guerra interna que el Perú experimentó, y aun experimenta de una manera muy debilitada, realizada desde el punto de vista de un oficial del Ejército. Se ocupa de hechos ocurridos en los primeros años de la década de los noventa del siglo pasado, cuando Sendero empezaba a ser derrotado y antes de que Abimael Guzmán fuera capturado. Es una novela de aprendizaje. El narrador se centra en sus experiencias en la lucha antisubversiva, y a lo largo de la narración hace contrapuntos evocativos acerca de su infancia y de su juventud, acerca de la vida en la ciudad y la vida familiar. Ocupan un lugar prominente en esos recuerdos, las vivencias de su vida sentimental y de su vocación militar.

 Las acciones de combate en las que interviene el oficial recién egresado de la Escuela Militar durante los dos años que pasa en la Selva Central constituyen la parte central del relato. Ellas se presentan como un aprendizaje que comprende dos prácticas: la del conocimiento y adaptación a un mundo extraño, enrevesado, incoherente, que se va ir haciendo familiar, claro y lógico, y, en segundo lugar, la de la adquisición de las técnicas del camuflaje y el ocultamiento en la lucha con un enemigo que sabe mimetizarse con la selva y con sus habitantes. Son prácticas para cuyo ejercicio no se recibe instrucción previa y cuya experiencia permite un dominio y una cierta integración en un medio ambiente hostil, que engloba también a los subversivos. El oficial, los soldados, el Ejército en su conjunto comprometidos en esas prácticas no llegan a una integración plena, que correspondería a una identificación con lo diferente, con lo Otro. Siempre se mantiene una distancia y marcada diferencia que hace posible el sentido y la significación de la vida militar. El mundo natural que se llega a conocer nunca es asimilado y a pesar que se consigue descubrir sus regularidades, la circularidad de su clima, acercarse a él afectivamente, todo ello no alcanza para unirse en una integración identificadora y amorosa. La selva siempre es un lugar ajeno, apartado y completamente separado del mundo propio. El ejército, en este sentido, aparece como un actor que opera allí en un espacio respecto al cual no mantiene sentimientos de pertenencia, ni de ajuste afectivo, y con respecto al cual tampoco desea acomodarse, ni acomodarlo hacía sí mismo. Su relación con ella corresponde a una misión, a un encargo o a una obligación que debe cumplirse transitoriamente, fuera de los territorios amados del hogar y la familia.

 Por eso las acciones del combate son presentados como un sacrificio. El sacrificio en un contexto ritual es un intercambio en el que se brinda un bien a un ser superior a cambio de otro mayor. En el contexto de la vida militar, en cambio, el sujeto que participa en el sacrificio se desprende de un bien propio a favor de otro, sin esperar nada a cambio o con un fin elevado y trascendente. Es un desprendimiento noble y generoso, que no aguarda recompensa, ni beneficio. El militar entrega la vida al servicio de una serie de valores concretos y abstractos: la familia, la amistad, la vida honrada, pacífica y gozosa, las tradiciones, la institucionalidad disciplinada y protectora, el mundo perfecto o casi perfecto tal cual existe en los barrios de clase media de Lima (la familia del narrador vive en San Miguel, donde ha pasado su infancia y juventud), la patria. Y la entrega por vocación, por una vocación que implica una forma de vida sacrificada y una disposición al riesgo, una voluntad que lleva a comprometer la existencia a situaciones de peligro.

 No podría decirse por eso que se trata de un personaje aventurero. Si ha elegido ser militar es porque el riesgo que ello implica supone una apuesta a favor de conservar la vida, no de revalorarla porque haya perdido importancia, como Jacques Fontanille percibe el comportamiento aventurero. El que se lanza a las aventuras o el que se entrega a ellas pone en riesgo propiedades y posesiones que han perdido estima a fin de recuperar el valor que antes se sentía por ellas. El jugador, por ejemplo, que apuesta grandes cantidades de dinero en la sala de juegos es un aventurero que en cada jugada en que arriesga perderlo todo experimenta que el dinero que ya no significa mucho para él vuelve a ser importante. La demasía convierte los valores en cosa degradada, en resto inmundo, del que su propietario quiere desprenderse, y que solo al verse en el aprieto de su posible privación, renueva el aprecio que hacia ellos había guardado. En los relatos de aventuras precisamente los personajes se someten a pruebas riesgosas con el fin de revalorar la excesiva vitalidad que les resulta desdeñable. (Fontanille: 2001: 105). El personaje principal de esta novela no experimenta los goces de la vida como algo excesivo y desdeñable. Le duele la separación con lo que más ama, pero ello es parte de las pruebas de valor que comporta la carrera militar.

El hombre de armas es un tipo de actor que se somete a riesgos para afirmar y consolidar su propia existencia y la existencia de lo que más valora. En tal medida ni siquiera desea alcanzar honra y prestigio. Por eso quienes se hunden en las selvas enmarañadas y salvajes lo hacen premunidos de una decisión firme, inquebrantable, que en el fragor de la lucha se fortalece y contribuye a que aquellos que dudan, se muestran débiles o se han enrolado por razones distintas se entusiasmen y comprometan. Muchos personajes que son parte de la tropa están allí porque han fracasado en algún empeño o porque les corroe algún resentimiento, como el de un desengaño amoroso. Pero todos ellos se implican en la lucha. Sin embargo ha de precisarse que si la emulación juega un papel importante, también hay una inexplicable y oscura voluntad que surge en el enfrentamiento con el enemigo, que no es rabia ni deseo de venganza, ni un regusto por lo que se hace, sino una determinación por vencer o meramente por combatir.

 Esa tipología actoral contrasta con la que presentan los subversivos. Estos son individuos que actúan de una manera camuflada y no previsible. No son soldados. No son actores preparados para lides francas y abiertas, que luchan de acuerdo a los sistemas, estrategias y códigos de la guerra militar. Están organizados para atacar desde las sombras, a traición, sin aviso. Los subversivos forman grupos que para empezar lidian sin haber hecho ninguna declaración oficial de guerra. Lo peor es que sus motivaciones son incomprensible y absurdas. Están empeñados en un proyecto que no tiene asidero concreto ni efectivo. Desean una sociedad igualitaria, donde todos tengan los mismos derechos, donde no haya jerarquías, sin mandos ni subordinados. Pero todos ellos son individuos reservados, cerrados para la vida social, que no aman a sus familiares, que carecen de amistades verdaderas.

Es lo que ocurre coincidentemente con el hermano del protagonista de la novela. Es un brillante estudiante de ingeniería que a lo largo de su vida universitaria va mostrando en la casa signos que indican un distanciamiento, que poco a poco se convierte en encierro, en distanciamiento y en separación definitivamente. Al mismo tiempo se va haciendo extraño y oscuro, en contraste con el oficial del ejército, que cada vez es más familiar y claro. Aquel adquiere rasgos de anormalidad y hasta características perturbación psicótica, éste, en cambio, se muestra completamente normal, integrado en la familia, en la vida social.

 Así se presentan dos modalidades de ofrecer la vida en sacrificio. La modalidad militar y la modalidad subversiva. La primera es una donación generosa para mantener la forma de vida implantada en el Perú se diría que por siglos, la forma de vida criolla, de la clase media tradicional. Dicho sea de paso, el personaje principal lleva un nombre muy sonoro, que hace pensar en lustres de algún abolengo: “Leoncio Goycochea de la Flor”. La segunda es una entrega taimada y extraviada por un ideal incomprensible. Sobre este punto ha de apuntarse que los objetivos enrevesados de los subversivos, conjugan con el medio ambiente intrincado del mundo amazónico en el que se libran las hostilidades de la guerra contra la subversión. En segundo lugar, que por ello las acciones que se desarrollan tienen un sentido absurdo, de ocurrencias insólitas e inverosímiles, todo lo cual termina en la producción de efectos irreparables: pérdidas de vida, rupturas amorosas, destrucción de familias, arraigo de sentimientos de rencor, odio, sed de venganza, aunque el militar verdadero no se ve afectado por estas pasiones. Es un individuo capaz de sobrellevar y superar las llagas que la guerra ilógica le ha dejado en el cuerpo y en el espíritu.

 No es propósito de este texto hacer “crítica literaria”. No se hacen aquí valoraciones. Para concluir es necesario señalar, sin embargo, que esta la primera novela sobre la guerra interna vivida en el Perú debido a la insurgencia de Sendero Luminoso, al cual, dicho sea de paso, no se nombra, y que presenta un punto de vista militar, que ofrece una visión de los hechos que se contrapone al que aparece en muchas novelas sobre el mismo asunto, las que pintan la intervención de las fuerzas armadas como una participación solo represiva y destructiva, con personajes abusadores, que apuntan al exterminio. En esta novela las fuerzas armadas y las fuerzas del orden no violan, no abusan, no masacran. Por el contrario, son actores honestos y honrados, que respetan al otro, que luchan porque ese es el designio que han elegido y porque esa es la vicisitud que les toca asumir. El oposición los subversivos son innobles y perversos, aunque sus acciones estén movidas por ideales altruistas. Ideales que, sin embargo, están a la vez cargados de odio y desquiciados delirios, lo que se hace patente en las formas despiadadas y salvajes con que actúan, en la saña y salvajismo con que tratan a sus enemigos o a quienes juzgan traidores, componentes de su actuación que dejan marcados en los cuerpos que abiertos y troceados ofrecen a la vista como signos y enseñas de la voluntad fanática y fundamentalista que los anima.

 La configuración tipológica del oficial del ejército que hace su aprendizaje de lucha antisubversiva recuerda a dos célebres oficiales de la ficción narrativa peruana, el teniente Gamboa y Pantaleón Pantoja, que destacan por su apego a las normas, como por su honradez e irreprochable conducta, muy alejada de la que exhiben las prácticas y los discursos revelados en los videos acuciosos de Vladimiro Montesinos y los procesos de corrupción en los que se vieron envueltos los altos mandos de las Fuerzas Armadas. Junio, 2014.

 BIBLIOGRAFIA

 Fontanille, Jacques. Semiótica del discurso. (2001) Lima: Fondo editorial de la Universidad de Lima y Fondo de Cultura Económica.

 Freyre, Carlos Enrique. Desde el valle de las esmeraldas (2013) Segunda edición. Lima: Editorial Estruendomudo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario